14.11.07

Capítulo 5.- Conociendo a Patricio y Adrianna

La suave brisa rondaba esa cálida mañana de otoño. Un sol destellante apuntalaba el cielo y Paquita pudo sentir el calor en su maltrecho cuerpo. Estirando las patas y lanzando un bostezo termino de alejar los últimos rastros de sueño. Miró a su alrededor para cerciorarse de que no había sido un sueño y que en realidad se encontraba protegida en su nuevo refugio y en compañía de su nuevo amigo.

Alzo los ojos y lanzando unos rebuznos le dio los buenos días sin poder disimular su enojo. ¿Quién habría puesto a su amigo en esa posición? Poniendo sus patas en la pared trataba de llegar hasta él para ver si mordiendo los clavos podría liberarlo de sus ataduras pero todo era en vano; la figura se encontraba muy alta para ella. Se prometió a si misma que en lo que pudiera buscaría ayuda para bajarlo de ese incómodo lugar.

Aunque nunca recibió una palabra de la boca de la imagen, ni tan siquiera una mueca ni un gesto que le hiciera ver que estaba vivo, Paquita podía sentir en aquellos ojos un brillo del cual brotaba una extraña ternura que le hablaba muy adentro. Él no necesitaba mover los labios para llegar al corazón de Paquita porque ahí donde no hacían falta palabras, en ese lugar muy oculto de su pecho donde ella mantenía el cariño hacia sus padres, un dulce calor la invadía y le hacía sentir que las cosas iban a mejorar para ella y Paquita le creía.

Pero las cosas no se detenían en ese lugar y mucho menos el tiempo. Ya habían pasado muchas horas desde que Paca se alimentó por última vez y el hambre empezaba a crear sonidos en su pancita, así que tomó la decisión de salir a buscar alimentos aprovechando el buen clima.

Las mismas escalinatas que la noche anterior se encontraban resbalosas por la lluvia hoy ya se encontraban secas y Paquita lentamente y con cautela empezó a bajarlas, cuidando de que ninguna piedrita se clavara dentro de sus cascos. Al fin y al cabo eran los únicos zapatos con que contaba y debía protegerlos para poder llegar al destino que tenía reservado. Recorriendo los matorrales que cubrían la capilla olfateó para ver si podía encontrar algo de alimento pero solo eran ramas secas sin casi nada verde. Era evidente que el otoño no ayudaría mucho a la burrita con su alimentación.

Siguió un momento merodeando el lugar sin obtener ningún resultado, sin olvidarse de vez en cuando de mirar hacia atrás para cerciorarse de que no se alejaba mucho del refugio. Paquita no quería volver a perderse en el desierto ni mucho menos abandonar a su amigo que tanto la necesitaba y de repente en una de esas volteadas de cabeza se dio cuenta de que algo se movía detrás de unos arbustos y sus orejas instantáneamente de pusieron en alerta.¡No estaba sola! El miedo empezó a subir por sus patas dejándolas casi inmóvil y aunque trataba de moverlas para buscar un escondite o salir corriendo hacia la capilla, su cuerpo no respondía.

El arbusto seguía moviéndose; evidencia de que algo o alguien se encontraba escondido detrás de sus ramas; Paquita pensaba en lo peor: una fiera salvaje como la que mató a su madre saltaría y ella acabaría siendo la comida de alguien en vez de conseguir comida para alimentarse. Que tristeza terminar así todo esa aventura; tanto caminar en el desierto para llegar a esto. Paquita seguía en sus cavilaciones sin atreverse a mover, quizás el hambre había hecho que ya sus patas decidieran no seguir moviéndose y pensaba: ¡No..de aquí ya nadie me mueve! Y mientras movía varias veces su cabeza en forma horizontal para negar el hecho vio surgir de pronto dos figuras detrás del matorral que hicieron que de un brinco emprendiera la huida hacia la pequeña iglesia; nadie que la viera corriendo de esa manera podría afirmar que esa burrita tuviera un defecto en su pata trasera.

¡Estoy perdida!, le gritaba varias veces a su amigo en la pared. “Vienen detrás de mí dos animales salvajes que han salido de unos matorrales. Tienen unos dientes enormes, blancos y salvajes; una forma de rugir que nunca he escuchado y brincan como los mas astutos conejos del desierto” Paquita buscaba mientras rebuznaba un lugar donde esconderse antes de que llegaran las fieras, pero su tamaño no le permitía encontrar un buen lugar. No entraba debajo de las pocas bancas que aún quedaban; ni debajo de la sacristía; en el confesionario ni hablar; probaba entrar a la fuerza detrás de las maderas apiñadas pero lo único que logró fue que cayeran estrepitosamente en el suelo levantando una enorme nube de polvo.

Resignada a no poder encontrar donde esconderse se sentó debajo de la imagen del Cristo y esperó acompañada que llegara su hora. No paso mucho tiempo para que en la puerta de la iglesia aparecieran a contraluz dos figuras que proyectaban una sombra larga sobre los adoquines angelicales. Sus pasos eran cortos y sus pisadas lentas, pero no se detenían en su camino hasta la sacristía; con la mirada fija en el animalito que se encontraba sentado y temblando debajo del Cristo en la Cruz llegaron al encuentro de Paquita dos pequeños niños de la región.

Con precaución uno de ellos alargó su mano para acariciar el lomo de la criatura que no dejaba de temblar agazapada con la cabeza entre sus patas. Con suavidad sus dedos recorrían el pelo seco y curtido por el sol de la pequeña burrita que producto de las palabras de ternura que recibía, poco a poco, fue dejando de temblar. Al ver que no había nada que temer, la otra criatura se animó a hacer lo mismo y al cabo de unos minutos los tres, niños y burrita se encontraban brincando en el lugar.

Los niños desde que la vieron sintieron un cariño especial hacia esta burrita que cojeaba al caminar y que mostraba en sus ojos enormes una necesidad de afecto por lo que resolvieron llevarla a su casa, seguros de que sus padres no se opondrían a tener este animalito que podría ayudarlos con el trabajo y a la vez poderles servir de compañía. Haciendo un gesto con la mano, Patricio le hizo señas a la burrita para que lo siguiera y antes de que empezara la retirada, Paquita volteó la cabeza para dirigir su mirada a lo alto de la pared y se sorprendió al ver que ésta se encontraba vacía. En su lugar, había una enorme mancha en forma de cruz que hacía suponer la existencia anterior de algo colgado en ese lugar. Perturbada y preocupada sentía aflicción en su corazón, ella hubiese querido despedirse de su amigo y buscaba por los rincones de la iglesia alguna señal de él, pero sin resultado alguno por lo que al final decidió pensar que había logrado zafarse de sus ataduras.

Es así como Paquita había encontrado en mitad de las montañas, en un lugar enclavado en la Sierra Madre Occidental del norte de Jalisco y olvidado por el hombre, a sus nuevos dueños. Patricio y Adriana, dos niños nativos de la zona.

No hay comentarios.: