14.1.07

Una extraña Nochebuena

No era noche de andar. El camino, cada vez más abrupto y romo, indicaba que el final estaba cerca.
Zacarías, el viejo chamarilero, un día más, despues de recorrer los cada vez más abandonados pueblos, se retiraba a su refugio, no se sabe si habiendo ganado o perdido en sus raquíticas transacciones, dándose el caso que, algún aguamanil, ya había pasado por sus manos en al menos cuatro o cinco ocasiones.
Pero el bueno de Zacarías, con su no menos tranquilo rucio “Chisco”, nunca volvía de vacío del alimento que las buenas gentes del contorno le proporcionaban, a cambio de sus múltiples cambalaches.
Ya divisaba su vieja palloza que nunca pagó, pero siempre habitó, sin que, hasta el momento, nadie le raclamara por ella.
Allí, huérfano de compañía que no fuera la de Chisco, pero lleno de recuerdos, al amor de la lumbre de jaras y tomillos, cada noche, se sentía el ser más feliz del mundo, despues de dar buena cuenta del queso rancio o lo que hubiere menester, que no era la delicadeza en el comer, lo que perdería a Zacarías. Luego, envuelto en lo que, en su día, debió ser una manta morellana, sin encomendarse a Dios ni al diablo, se sumergía en un profundo letargo del que sólo le sacaría el tenue rayo de sol que se filtraba por un ventanuco.
Y así pensaba mientras con andar cansino se acercaba a su retiro,día tras día, hasta que llegara el momento de su muerte que nada presagiaba.
Pero aquel atardecer iba a ser diferente. La gente se había portado con él, especialmente generosa. Como en años anteriores, llegado el veinticuatro de diciembre, lo que a diario era un trozo de queso o tocino, se convertía en ricas empanadas, chorizos y demás viandas de matanza que, bien administradas y conservadas por los fríos del páramo, le ayudaban a pasar el largo invierno. No faltaba tampoco quien le obsequiaba con alguna botella de vino o de orujo bien fuerte, siempre de agradecer en las frías mañanas que se avecinaban.
Por todo eso, caminaba Zacarías, cansino, pero más alegre que de costumbre.
- Soooo, Chisco; ya hemos llegado; no hueles tu grano?
Era lo único que no podía faltar en aquella, su mal llamada casa, el grano y la paja, de los que le proveía el Concejo, por los múltiples recados y encargos que últimamente, realizaba, llevando y trayendo corréos de los diferentes pueblos y aldéas que visitaba.
El inconfundible olor a humo de jaras impregna el entorno, mientras Zacarías va descargando sus bártulos, entre el estrépito del latón y las campanillas de la vieja collera con que adornaba el cuello de su rocín.
-Ya nos hemos ganadao el descanso por hoy, Chisco; vamos para adentro que empieza a caer el relente.
Sólo la débil luz del rescoldo deja apenas ver el entorno. Como un autómata, con movimientos bien aprendidos, el anciano enciende el viejo candil de sebo, único foco de luz que le sobra y basta, ya que, lo único que puede y sabe leer, son sus propios pensamientos.
Con paso vacilante, se dirige al rincón de Chisco. Allí, tumbado en la paja seca, lo encuentra, dando buena cuenta del grano de la espuerta comedera. Después, es él quien se desprende de sus mojados peales y atiza el fuego, medio dormido durante el día, y que ahora baila entre ardientes chustas.
Esto es vida!, piensa, mientras saca de la alforja su magra cena, aunque hoy, por ser el día que es, va a hacer algún extra y mañana, Dios dirá, pues no es día de viajar el de Navidad. Se tumba al lado del fuego, en su jergón de romeros secos, pensando en que, mañana, bajará al pueblo, con sus mejores atos, a la misa mayor, donde, siempre, recibe algún aguinaldo atrasado. Chisco no, se quedará descansando que buena falta le hace, pues los años también le pasan factura.
Por su mente, van pasando recuerdos vagos de una infancia que quizá,hasta fue feliz, aunque nunca lograra traspasar esa cortina de la felicidad. Sólo miseria, hambre, Dios, qué fría es el hambre, y palos, muchos palos vuelan entre las figuras caprichosas que forma el humo amigo. Al final, el sueño y el cansancio ganan la pertida.
Pero estaba escrito: no iba a ser aquella su noche más tranquila, aunque, quizá, pasado el tiempo, fuera la más feliz.
No más, vencido por el sueño, atinó a oir, como en la lejanía, unos ténues golpes, casi temerosos, en la puerta de su choza. Alguna alimaña, pensó, viendo seguro el descanso de su viejo asno.
No bien se dio media vuelta para retomar su sueño, aquellos golpes sonaron insistentes, en esta ocasión, con más fuerza. También percibió lo que le pareció un gemido. Eso hizo que acudiera,presto, para tratar de ver y ayudar a quien pudiera andar descarriado por aquellos andurriales. No podía ser de otra forma.
- Quién va?
- Abra, por el amor de Dios.
No podía dar crédito a lo que tenía delante de sí.
- Pero, buena mujer, qué haceis a estas horas por aquí? No sabeis de los peligros que correis con tántas alimañas como por aquí habitan? Pasad, pasad, debeis estar congelada
Aquellos ojos, llenos de un agradecimiento infinito, quedaron grabados a fuego en el corazón del viejo Zacarías.
- Perdonad, buen hombre, que os venga a molestar a estas horas tan intempestivas, pero no teníamos dónde pasar la noche y el humo de vuestra cabaña nos ha dirigido hacia vos.
- No teníais..., acaso...?
La mujer, en aquel momento, desenvolviendo el atillo que portaba encima, dejó ver, ante la atónita mirada del chamarilero, un hermoso niño que, apenas, atinaba a balbucear y a mover sus bracitos y piernas, al calor del regazo materno.
- Pero quién sois vos? Qué haceis aquí, a estas horas, con ese niño tan chiquitín?
- Calmáos, Zacarías, sólo hemos venido a pasar esta nochebuena con vos, así de fácil
- Pero señora, no tengo, apenas, nada que ofreceros; soy un pobre entre los más pobres.
- Creéis? Acaso careceis de la fe que os hace andar, con la recitud que la dignidad imprime? O es necesaria la riqueza para ello?
- Pero, señora…
- Vuestra vida, a pesar de los múltiples quebrantos, no está llena de esperanza?
- Y, por último, lo poco que poseéis, no estais dispuesto a repartirlo con quien la suerte le ha sido más ingrata que a vos? Sois rico entre los más ricos, con la condición de que, vuestra riqueza, nunca estará sometida a los caprichosos vaivenes de la Vida.
- Sí, claro, mirado así..., pero, buena mujer, acercáos bien a la lumbre. Mucho frío habeis debido pasar y el pobre niño... Esperad, debo tener, no sé por dónde, la verdad, pero la estaba buscando, una camisa limpia, o lo que queda de ella, con la que podreis arropar al crío; al menos, estará seca.
- No os preocupéis, buen Zacarías, la necesitaréis vos para bajar al pueblo, no?
- Pe..., pero cómo sabeis mi nombre y mis intenciones, señora?
- Tu generosidad trasciende de tu entorno; ésa es la razón por la que estamos hoy aquí y no en otro lugar.
Venga, venga, aquí tenemos..., hoy ha habido suerte porque hasta tenemos una pastilla de turrón.
Así, nervioso, el viejo buhonero iba extendiendo, en improvisada mesa de paja, trozos de pan, chorizo, queso..., todo lo recolectado, en fin, para terminar con la flamante barra de turrón.
- Es que hoy es nochebuena, sabeis? Cuando yo era pequeño, el Sr. Cura nos explicaba que, tal día como hoy, había nacido Dios, bueno, su hijo, digo yo. Y, aunque nunca lo he visto, pues, cuando todo el mundo locelebra, algo habrá de verdad, no pensais?
- No sabeis cuán cierto es lo que contais, Zacarías.
- Esperad, voy a calentar un poco de leche para el zagal, jéjé, también tendrá hambre el pobrecillo.
- Y cómo os podré pagar vuestros desvelos?
- Pagar? Tendría que hacerlo yo en todo caso. No sabeis la tristeza de un día de estos en los que la soledad te hiela el alma, cuando afloran los recuerdos de momentos que, en su día, fueron felices y que, ahora, son sólo lastre para una esperanza ya perdida. Nunca pude pensar que íbais a aparecer, como caída del cielo, para acompañar a este pobre anciano, en fecha tan señalada, cuando atisba su ocaso en el horizonte de la vida. Por cierto, no sé cómo os debo llamar, ni vuestra procedencia...
- Mejor así. Mañana, con las primeras luces, nos iremos.
- Pero no os podeis marchar así, con estos fríos. Al menos dejad que os acerque hasta el pueblo. Teneis, acaso, allí familiares?
- Descansad ahora, Zacarías, vos sois mi familia en esta noche especial.
- Mirad, os he preparado un lecho, al lado de la lumbre.Es duro, pero, al menos, no pasareis frío y Chisco no os molestará.
-Nunca podríamos dormir en mejor lecho. No guardeis repalguno.
El silencio se hizoen la choza. Sólo el crepitar de la lumbre arrullaba la noche. Un dulce sopor se apoderó del anciano chamarilero que hizo su sueño eterno.
Cuando los vecinos, alarmados por la larga ausencia del anciano, al ver al viejo Chisco deambular, sólo, por el pueblo, subieron a la palloza abandonada, pudieron observar, estupefactos, cómo Zacarías permanecía dormido para siempre, al lado de una lumbre jóven, a pesar del tiempo transcurrido.
A su vera, un canastillo de rosas frescas,impregnaba el ambiente. Su rostro transmitía la tranquilidad del hombre feliz.
Adiós, Zacarías.
Adios, buen hombre.






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