12.8.06

La historia de Paca

Capitulo I. El comienzo.
Era invierno, principios de año, en la hacienda apenas habían pasado las festividades navideñas, de año nuevo y de Reyes Magos, que por cierto habían sido muy austeras en comparación con años anteriores, las mañanas y las noches eran un poco gélidas en los alrededores, era la época en que grandes como uvas y duras como cocoyoles, las piedras heladas comenzaban a caer sin aviso previo desde el cielo. Hoy, La más grande granizada jamás vista hacía correr a los animales con desesperación de un lado a otro para protegerse de los tupidos golpes que de ellas recibían.
Nadie pudo presentir que en este día que aparentaba ser tranquilo tal lluvia de proyectiles les caería. Solamente Ña’ Blanquita, una gallina vieja a quien le dolían todos los cartílagos cada vez que el frío acechaba, se mantuvo todo el día gritando... ”viene una helada, rápido, corran a protegerse”, pero nadie le hizo caso a sus insistentes cacareos debido a sus continuas chocheras. Las nubes se habían mantenido ocultas y al acecho tras la densa bruma del cerro vecino hasta el último momento y para cuando el granizo empezó a descolgarse repentinamente de las nubes oscuras ya era demasiado tarde.
Don Pancho, era un burro no de muy buen ver, para que mentir, no era físicamente bello, más bien parecía un poco escueto de carnes, con ancas un poco flojas, y su pelaje áspero y gris no le daba mucha presencia, pero nadie miraba eso, porque cuando Don Pancho hablaba se le notaba la clase. Su voz era calmada y entonada, y sus despiertos ojos hacían ver que el camino recorrido había estado lleno de aventuras y que había aprendido muchas cosas a través del tiempo.
Su vida había empezado hace ya unos cuantos años en los corrales de la hacienda San Miguel, al norte de Guanajuato, y en esa época no se parecía a lo que era hoy. Era robusto, muy grácil y hermoso. Se volvió muy famoso entre los hombres, que lo avaluaban con un precio muy alto. Con su pelaje dorado caminaba exhibiendo sus orejas en alto, recibiendo los halagos y buenos tratos de todos los que le admiraban y alababan por su belleza y porte,.... pero luego vino la desgracia…
Don Miguel de León enfermó de gravedad y le sobrevino la muerte. Sus hijos, no muy hábiles para las labores del campo, en poco tiempo perdieron la fortuna por el despilfarro que hacían en cosas ajenas a las que se requerían para beneficiar las tierras que les fueron heredadas y empezaron a vender lo que tenían… haciendas, minas, y animales. Ya para entonces toda la belleza de Don Pancho se había esfumado debido al abandono que sufrieron todos los animales de la hacienda. Fue vendido por miserables pesos a los dueños de la hacienda San Matías, personas sin escrúpulos que sólo les interesaba aumentar rápidamente su capital explotando la tierra mexicana y llevarse todo el dinero hacia tierras españolas.
Él jamás renegó de haber nacido asno porque decía que si Dios lo había creado para soportar la carga era porque esa era su misión, y recordaba las sabias palabras que Don Miguel le repetía cuando en las faenas se encontraban... “Pancho, mi laborioso borrico, buen amigo... los de tu especie han llevado en sus espaldas gran parte del peso de toda la historia de la tierra”..., y siempre que esto venía a su memoria silbaba con agrado al realizar sus difíciles tareas que consistían en acarrear pesadas cargas como bultos de alimentos, madera, tierra y fertilizantes, cosechas recogidas, semillas para los sembradíos, y todas aquellas cosas que era necesario trasladar entre las propiedades de sus dueños o hacia los pueblos cercanos para efectuar la compra venta de diferentes artículos. Será por ese modo de ver la vida y de aceptar su condición haciendo todo lo posible por realizar sus deberes de la mejor manera que Dios lo bendijo grandemente al poner en su camino a Shaka, una burrita negra y dulce nacida en la mencionada hacienda.
Desde que la vio quedó prendado de sus grandes ojos, de esa mirada que le expresaba las emociones que jamás ninguna otra le brindó. Él no sabía como acercarse a ella, porque sabía que ya no era hermoso y que Shaka era una hembra muy bonita, con un cuerpo bien desarrollado y de elegante caminar, pero fue un rayo estrepitoso caído del cielo en un tarde de intensa lluvia quien le hizo el milagro de ponerle frente a ella y con la posibilidad de tener algún tipo de contacto más cercano. Cuando el fuerte ruido del meteoro espantó a Shaka, cuyo bello rostro reflejó el gran susto que sentía, de un brinco ella se acomodó cerca de la piel de Don Pancho que para calmarla comenzó a contarle historias, esas de su vida anterior, de las alegres carreras en la plaza, de los juegos divertidos con los niños, de las canciones vespertinas acompañadas de guitarras amorosas que en sus grandes orejas todavía resonaban, de cómo le silbaban desde la ventana las mozas… Shaka, confortada y sintiendo un especial y sereno latido en su corazón, dejó de temblar por el susto y le sonrió.
No pasó mucho tiempo para que realizaran la boda , eso si, un tiempo plagado de muchas vivencias que ambos compartieron, todas ellas fueron muy bonitas y por ello su cariño creció enormemente al paso de los días; durante las noches, antes de dormir, les gustaba mucho relatarse historias antiguas, eso mientras escuchaban los sonidos de los insectos y se detenían a observar las luces que como pequeñas chispitas aparecían en el amplio y profundo azul del cielo, y durante el día, ya sea al momento del amanecer, después de desayunar o en algún descanso del mediodía, aprovechaban para jugar alegremente entre los pastizales como si fueran dos chiquillos.
Todos en el establo se vistieron con sus mejores trajes para aquella memorable ocasión, las crines bien peinadas, los caballos, esbeltos y delicados, por tener un rango superior fueron los encargados de bendecir a la enamorada pareja. Ese día la mejor fiesta de la hacienda se llevó a cabo, no faltó nadie. En los gallineros, las gallinas no dejaban de poner huevos de la alegría, Ña’ Blanquita cacareaba la marcha nupcial, y los gallos kikiriqueaban de emoción, las ovejas y las cabras bailaban como locas... bueno, las cabras siempre han estado locas, y en las porquerizas, los cerdos se revolcaban como nunca antes para estar según ellos bien bonitos para la celebración. Los perros ese día dejaron de perseguir a los gatos y todas las demás aves dejaban caer desde lo alto las ramitas y semillas que recogían con sus picos… ¡si Señor! fue la mejor fiesta.
Pero de la fecha de su matrimonio y de aquellos días divertidos ya ha transcurrido algo de tiempo, Shaka ahora está esperando un bebé, apenas se mueve, lleva cuatro meses de gestación, y la pobre ya siente el peso de su hijo. Cuando hace sol, ella se tiende en el prado para calentar su cuerpo, pero los dueños de la hacienda o los trabajadores que están a su cargo, insensibles ante su padecimiento y su condición de futura madre, la arrean y a empujones la hacen seguir cargando cosas como si aún estuviera en plenitud de facultades. Ella ha sentido que si sigue cargando tanto peso, su bebé puede sufrir algún daño, y en las noches ya no puede dormir bien debido a la preocupación y lo inestable que se siente.
Don Pancho sufre por su esposa y por la criatura que ya vive en su vientre, tiene miedo por la salud de ambos, ha estado durante muchos días analizando la situación, observa a Shaka realizar esos esfuerzos a la que la tienen sometida, desea un mejor futuro para ambos y sabe bien que de seguir en esta hacienda no podrá ofrecerle buenas condiciones de vida a su bebé que viene en camino. Él tiene la intención de marcharse llevándola consigo hacia algún otro lugar a la primera oportunidad que se les presente, le ha hecho algunos comentarios al respecto, pero no le ha externado plenamente todas sus ideas, la verdad es que no ha planeado mucho pues desconoce que rumbo tomar y si ella podrá aguantar el trajín de un viaje a estas alturas, aún así, sabe que tarde o temprano tendrán que arriesgarse en pos de ese ideal.
La fuerte y prolongada granizada ha hecho que el trabajo se detenga y que los dueños de la hacienda se retiren a su vivienda para cobijarse. Los animales se han ido protegiendo donde han podido y como Dios les ha dado ha entender… en los recodos de los techos… debajo de las carretas… hasta la casa de los perros está llena de animalitos. Los corrales y cobertizos ya están ocupados... todos corrieron atemorizados a protegerse hacia la hacienda, todos menos dos.
Esta noche aprovechando la bulla y el desorden que produce la tormenta han decidido huir en medio de los impactos que reciben a su paso por parte del granizo, a sabiendas de las dificultades que les pueden esperar por delante y sin nada más que sus disminuidas fuerzas y sus grandes deseos de huir, Don Pancho y Shaka se han fugado, justo antes de salir se comentaron entre si... “este es el momento, vamos, tenemos que hallar un mejor porvenir, este no es nuestro lugar y menos el de nuestro bebé, busquemos nuestro destino”, quieren darle a su retoño que se aproxima a venir al mundo una esperanza de vida, porque en la hacienda peligra su existencia. Así que sin pensarlo dos veces han escapado a través del desierto llevando consigo únicamente unas cuantas cosas que con un poco de dificultad lleva Don Pancho a cuestas sobre sus lomos.

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