14.8.06

Capitulo 2. De como dos fueron tres.
La fugitiva pareja lleva ya varios meses viviendo en la soledad del desierto y la pesada agonía que fue deambular por esos parajes en pleno invierno sin llevar un rumbo determinado por fin ha culminado. La llegada de la primavera con la belleza de sus colores, aromas y sonidos alegres que deleitan los sentidos ha representado para ellos como el viaje de luna de miel que nunca tuvieron. Cada día que pasa Shaka está mas hermosa, reluciente y llena de vida, ha recuperado gran parte de su vitalidad, su pelaje es más terso, su mirada refleja cariño y dulzura, y siente amor dentro de si como nunca lo había sentido, y Don Pancho que no merma sus esmeradas atenciones por ella a pesar del cansancio y la dificultad de las condiciones en las que se encuentran, hasta parece haber rejuvenecido.
A inicios de Abril, en uno de los primeros días de la primavera, sorprendió gratamente a Shaka trayéndole en el hocico un ramillete de flores azules, rojas, amarillas y blancas que cayeron a sus pies mientras pasaba por el medio de los enormes cactus. “Me lo han regalado gustosamente los saguaros para ti mi linda Shaka” le dijo a la futura madre, “Me dijeron que no había hembra más bella entre todas las que han visto que mereciera el honor de llevar puestas las primicias de sus flores de esta primavera”. Shaka sonrió ante la imaginación de su esposo al tiempo que las recibía y las acomodaba en uno de sus costados mientras descansaba en el interior de su morada. Él no mentía, ciertamente todos los seres vivos que se encontraban en el desierto reconocían la belleza de Shaka y la cuidaban para que llegara a feliz término su embarazo.
La época de sequía por fortuna ya ha concluido y las lluvias al llegar a lo profundo de la tierra, habían hecho surgir un paraíso lleno de floreciente vida. Los saguaros, con su imponente presencia, se encuentran por doquier y algunos miden hasta 15 metros; Como auténticos oasis, son las reservas de agua más importantes de la zona. Para Don Pancho esto al principio había representado un problema, pues desconocía la manera de cómo aprovechar el liquido vital que ellos tenían, pero como viejo burro astuto que era, al final pudo solucionar el problema y extraer el agua de un viejo cactus que se resistía a ser drenado. Utilizando una raíz de mezquite a manera de tapón, él la introdujo en la parte superior del cactus empujándola con su hocico hasta que hubiera alcanzado la parte carnosa y cada vez que necesitaba líquido sólo tenía que retirar el tapón y el chorrito brotaba. El enorme cactus de casi 10 toneladas de peso al saber que su agua serviría para calmar la sed de Shaka ya no se sentía despojado de sus fluidos, y con todo cariño se los brindaba.
Ahora ha llegado el verano, hoy han pasado ya casi seis meses desde el día que ellos huyeron de aquella hacienda cuando cayó la fuerte granizada, y para la pobrecita pareja no todo ha transcurrido color de rosa. Cuando ellos llegaron al desierto estaba en pleno apogeo el invierno y la vegetación era casi nula, los animales y las plantas eran difíciles de encontrar por lo que Shaka pasó periodos de hambre y sed, pero la voluntad de sobrevivir era más fuerte que otra cosa. Su embarazo ya va por el décimo mes y todo parece llevar un buen curso, solamente faltan dos meses para conocer a su bebé y esa es la esperanza y la ilusión que alimentan sus días durante este tiempo.
Algunas noches cuando el calor arreciaba y se volvía sofocante, se sentaban en la entrada de la cueva que les ha servido de hogar durante todo este tiempo y planeaban el nombre de su hija (Y es que Shaka estaba empeñada en que sería una hembra). Ya habían recorrido casi la mitad de los nombres conocidos y fue cuando una madrugada, de repente, ella dijo... “se llamará Paca”, él, medio adormilado, se extrañó por el nombre pero la burrita con calma empezó a explicarle los motivos y le mostró que era el resultado de unir sus nombres... Pancho y Shaka,... “Paca…Paca… repetía Don Pancho, ¡me gusta, siii, me gusta!”, y con un tierno besito festejó con Shaka el bonito nombre que ella había encontrado para su bebé, y además se unió al deseo de que fuera hembra la burrita ya que entre otras cosas se preguntaba a si mismo en su interior.... “¿Qué nombre le pondríamos si fuera macho e hiciéramos el mismo ejercicio con nuestros nombres, Chacho..?, No, no, mejor así, Paquita..”.
Los días transcurrían con calma en el desierto y Don Pancho como buen esposo y próximo padre de familia se daba a la tarea de buscar alimentos para almacenar ya que pronto llegaría su bebé y serían dos bocas a las cuales alimentar. Él lo hacía gustosamente, con mucha paciencia buscaba los más robustos frutos que encontraba en su camino, y las plantas con mejor coloración las localizaba con ayuda de su aguda vista que con atención divisaba esos suculentos bocadillos que servirían de sustento a sus dos bellas mujercitas, recolectaba poco a poco todos esos alimentos y los colocaba con sumo cuidado en la cueva teniendo la precaución de clasificarlos y acomodarlos según su tiempo de posible requerimiento al ir creciendo su bebé.
Fue una de esas tardes cuando repentinamente sintió por primera vez un olor extraño en el ambiente, por doquier que pasaba estaba impregnado un aroma que él no podía reconocer de entre todos los demás olores que había percibido en el desierto, pero que sus orejas y su nariz le decían que debía permanecer alerta, su instinto de supervivencia le estaba haciendo notar que había una presencia maligna rondando como un peligro inminente en la zona.
Esa noche no pudo dormir, daba vueltas sobre las hojas secas mientras Shaka trataba de calmarlo pasando su lengua suavemente por sus orejas y rebuznándole muy despacito que se durmiera. Se quedó mirando la luna llena brillar sobre el cielo azulado tratando que la hermosura de ese panorama le permitiese disipar sus temores, y por unos instantes pensó que eran miedos infundados, pero para su desgracia un sonido que se percibió no muy lejano le heló la sangre… era un aullido, el temido depredador de los desiertos había llegado.
A la mañana siguiente empezó a planear como se protegería del animal que estaba rondando su territorio. Hasta ese momento él había mantenido una buena y muy amistosa relación con los demás animales que moraban el desierto. Los gorriones, los carpinteros y palomas lo habían ayudado a convertir la cueva en un buen lugar para él y Shaka. La llenaban de hojas secas y ramitas que les sirviera de lecho, hasta le traían de vez en cuando semillas y frutos frescos. Iguanas, lagartijas y hasta las arañas, que colocaron cortinas con su resistente tela para que la luz no molestara a la futura mamá, les habían dado la bienvenida. El correcaminos colocaba choyas espinosas cerca de la entrada para que si se acercaban algunas serpientes sintieran las espinas y se alejaran. Liebres, conejos y roedores se encargaban de acompañar a su mujer mientras él salía a buscar comida y agua para Shaka ya que ésta ya no podía mantenerse en pie los últimos meses de su embarazo. Todos habían sido sus amigos y los que no, por lo menos respetaban su espacio y no procuraban agredirles, pero él sabía el peligro que se avecinaba, muchas veces lo escuchó de sus anteriores dueños, todos ellos lo habían nombrado con temor y se armaban al salir en su encuentro, por lo que no le cabía duda: el lobo gris había llegado a amenazar la tranquilidad que apenas disfrutaban.
El encuentro no se hizo esperar. En lo alto de una colina mirando a su presa se encontraba el lobo gris, erguido sobre sus fuertes patas y con su cola larga que ondeaba con el viento. Alrededor de su cuello se podía observar un collar de pelos negros. Una buena parte de su cabeza era negra sobre un fondo gris y en sus ojos rasgados y sin brillo se podía advertir un helado aspecto de muerte. Don Pancho emprendió la retirada justo en el mismo momento en que el lobo comenzó a descender de la colina. Las patas del lobo estaban equipadas y adiestradas para correr grandes distancias rápidamente y en pocos segundos lobo y burro se encontraron de frente justo en la entrada de la cueva.
Don Pancho para defender a su familia empezó a dar de coses en la entrada impidiendo que el lobo entrara y viera a su esposa pero era demasiado tarde, ya el animal había visto que adentro de la morada se encontraba una presa mucho mas fácil de conseguir. Fingiendo haber sido alcanzado por una de las patas delanteras del burro emprendió la retirada lanzándole miradas de venganza a Don Pancho que ya se sentía victorioso pues pudo repeler el primer ataque de aquella feroz bestia. El burrito algo cansado por la pelea entró y se tendió junto a su esposa sintiéndose orgulloso de haber podido defender a su familia haciendo huir al enemigo, exclamó junto a ella en voz baja pero con un cierto aire de grandeza que devolviese la confianza tanto a él como a su linda burrita... “¿Lo ves amor?, podemos sobrevivir y mantenernos el uno al otro y a nuestra beba libres de peligros en este lugar, no permitiré que nos dañe ese desgraciado animal”, y ella cariñosamente le respondió... “Sí Panchito, contigo me siento feliz y protegida, eres muy valiente y le has dado su merecido a ese lobo malo.”
Pero la dicha les duró muy poco. En cuestión de segundos el mañoso lobo reapareció enseñando sus filosos colmillos delante de la cueva y sin darle tiempo para reaccionar al burro y que pudiera levantarse y ponerse a la defensiva, arremetió sobre la pobre Shaka clavándole sus 42 dientes en el cuello y sus patas delanteras. El Burro montó en cólera al ver a su mujer en el piso sangrando y de un furioso salto se abalanzó sobre el animal arrojándolo contra las rocas de la cueva matándolo en seco.
Pero el daño ya estaba hecho. Shaka sabía que sus horas estaban contadas y que debía sacar al bebé de su vientre antes de que su último aliento se expirara. Le pidió ayuda a su esposo diciéndole... “Amor, necesito de tu ayuda para poder traer a Paquita al mundo, tiene que ser ahora, ayúdame” y este a su vez asentía y rebuznaba desesperado pidiendo ayuda a los demás animales a la vez que en un intento por tranquilizarse y a ella también, le decía... “Princesa, ya verás que todo saldrá bien, nuestra bebé, Paquita, porque si será mujercita, vendrá sana y salva,... calma amor, ya vienen a ayudarnos”...
Él era un burro de carga y no sabía nada de partos… ¿qué podía hacer? Pronto llegaron en su auxilio las comadrejas y las conejas. Ellas sabían mucho sobre esto y le dijeron que lo primero que tenía que hacer era calmarse y ayudar en el momento en que empezaran a salir las patas del bebé. Las avecillas se sacaban algunas plumas y con algunas hojas cubrían las heridas de Shaka con el fin de evitar que saliera mas sangre.
Shaka con las pocas energías que tenía pujaba y pujaba hasta que Don Pancho pudo ver asomarse las patas del bebé tratando de tomarlas pero con cierta dificultad. Había un problema, las patitas de Paca estaban atoradas y no lograban resbalar hacia el exterior. Todo era angustiante, Shaka estaba muriendo y su bebé lo haría también si no lograba salir… ¡Salva a nuestra hija! pedía entre llantos y Don Pancho como pudo arrastró a la recién nacida al exterior.
Paca salió con cierta dificultad pero al cabo de unos minutos sus cuatro patas lograron encontrar cierto equilibrio y caminar tambaleando. Con empujones de su hocico y feliz por lo que veía, Don Pancho acercó a Paca hasta su madre para que pudiera verla. Shaka haciendo un esfuerzo abrió sus hermosos ojos llenos de lágrimas para poder observar lo bella que era su hija, pasando su lengua sobre su tierna piel comenzó a limpiarla como lo hacían todas las madres o eso intuyó ella que debía hacer.Al cabo de unos minutos. Paca ya estaba limpia y con hambre. Shaka la acurrucó entre sus patas y mientras le daba de comer empezó a cantarle cerca de su oído: “Hermosa Paca, jamás estarás sola, siempre seré tu estrella, solo mira el cielo y me veras”…y al decir esto Shaka lanzando un suspiro se quedó dormida.

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