Cierto día, mientras los ángeles pequeños, o sea, los angelitos,
jugaban al pilla-pilla, o a columpiarse en los columpios de espuma de cielo, o
al escondite, apartado de todos, un angelito estaba solo y lloraba compungido,
tanto, que la abuelita Celeste, que así se llamaba y que era la ángel más
cariñosa del cielo (por eso se encargaba de los pequeñines) fue corriendo junto
a Manuel, que así se llamaba el angelito que lloraba, para ver qué le pasaba.
--Que te pasa Manuel, ¿por qué lloras?
--¡Buaaaaaaaa! ¡Buaaaaaaa!
¡Porque estoy solitooooooo!
--Hijo, no digas esas cosas, ¿no ves a los demás angelitos que están
por aquí, jugando a un montón de juegos? ¿porqué no vas con ellos a divertirte?
--¡Buaaaaaa!, ¡porque yo no quiero jugar a esos juegos, buaaaaaa, yo
quiero una estrellaaaaaaaa!
--Pero Manolico, ¿cómo que quieres una estrella? Eso es una locura. Las
estrellas son para alumbrar el cielo y el universo, son tremendas de grandes y
queman mucho.
--¡Me da igual,! ¡Yo quiero una estrella! –dijo Manuel poniendo cara de
pucheros, pero enérgico.
Celeste, la abuelita ángel más cariñosa del cielo, repuso:
--Bueno, mira, vamos a hacer una cosa, cuando seas mayor comprenderás
lo que te acabo de decir, y te darás cuenta y te maravillarás de todo el
universo y las estrellas, los astros, los planetas, las galaxias…¡Es algo
maravilloso! Mientras tanto, crece aprendiendo y haciéndote un ángel grande en
sabiduría. Venga, ve a jugar con el resto de los angelitos, que pronto terminan
las vacaciones y tan importante son los estudios, como jugar divertirse y
pasarlo bien.
Manuel, no muy conforme, sorbiéndose los mocos y limpiándose las
lágrimas, con paso tranquilito, se fue con el resto de los angelitos a jugar a
la pelota.
Entre juegos y diversión, el día pasó muy rápido, y cada angelito se
fue a dormir a su camita de cielo. Sí, todos se fueron, y los mayores también,
porque allí, en el cielo, cuando tocaba dormir, todos se iban a dormir. Bueno,
la verdad es que todos, lo que se dice todos, no se fueron. Sí, Manuel no
estaba en su cama de pedacito de cielo. Manuel estaba escondido detrás de un
árbol celestial, de ramas plateadas y hojas de oro. De repente, Manuel empezó a
mover fuertemente sus alas y comenzó a elevarse y a elevarse y a elevarse,
cuando de pronto, dio un giro hacia la izquierda y, como una bala, salió
disparado del cielo surcando el universo como jamás nadie había volado de
rápido, y eso, que un ángel no aprende a volar hasta los doce años, pero
Manolito tenía solo ocho.
Para él todo era nuevo y fascinante y como su empeño era conseguir una
estrella, se encaminó hacia una de ellas pero,
claro, como no hizo caso a la abuelita Celeste, conforme se acercaba a
la estrella, empezó a sentir calor y más calor, y tuvo que girar bruscamente y
apartarse de la estrella, porque casi se chamusca sus alitas.
--Es cierto lo que decía la abuelita Celeste, las estrellas son muy
grandes y queman mucho –dijo desconsolado- pero digo yo, que en algún lugar
habrá una estrella pequeñita, que no queme, y que pueda jugar con ella.
Avuela que te vuela, ensimismado en sus pensamientos de encontrar una
pequeña estrella, empezó a atravesar nubes y nubes, y de pronto, vio una esfera
grande, de color azul preciosa. Entonces recordó cuando en clase explicaron los
planetas.
--¡Es la Tierra !
¡Es la Tierra !.
¡Madre mía! ¡Qué lejos me he ido de mi casa en el cielo!
A la velocidad que iba, no pudo frenar a tiempo, y cayó en un lago de
aguas mansas. Todo mojado salió de allí, y mientras se sacudía el agua con las
manos y aleteaba, oyó unos sollozos.
--¿Quién llora así? ¿Qué llanto más triste? –se dijo.
Poco a poco, pasito a pasito y con las orejas bien atentas, pasando
entre matorrales, vio a una niña acurrucada bajo un gran árbol de hojas muy
verdes y frondosas. Manolito se acercó
--¿Qué te pasa niña?
La niña dio un respingo asustada y soltó un grito que hasta los
pajarillos de por allí se asustaron.
--¡¿Quién eres?! Preguntó con el susto en el cuerpo.
--Un ángel –respondió él muy orgulloso levantando sus dos pequeñas alas
y poniéndose muy tieso.
--¡Anda ya! ¿tú un ángel? No me cuentes historias, y sobre todo, no
está bien que vayas por ahí asustando a las chicas.
--¿Chicas? Pero si eres una niña. –respondió él riéndose
--¡Soy una chica mayor, tengo… tengo… quince años!
--¡Ja!, eso no te lo crees ni tú. Como mucho, tendrás…¿ocho años?
--Vaaaale, sí, tengo ocho años, ¿y qué? Aunque tenga ocho años soy muy
madura. ¿y tú? ¿quién eres?
--Un ángel, ya te lo he dicho –y Manolito empezó a agitar sus alas y a
elevarse despacio, muy despacio, y cuando estaba casi a la altura de la copa
del árbol, dio un vuelo rápido aún más arriba y desapareció durante unos
segundos, transcurridos los cuales, apareció de nuevo pero esta vez detrás de
ella. Le tocó en el hombro y ella volvió a asustarse.
--¡Aaaaaaaah! Entonces, es verdad que eres un ángel
Manolito se encogió de hombros y sonrió
--Sí, ya te lo dije. Y tú, ¿porqué llorabas?
--¿Y tú qué haces aquí?
--No vale, yo he preguntado antes.
--Vale –respondió ella- Pues es que en el colegio, todos se ríen de mí.
--¿Por qué?
--Ay, hijo, qué preguntón. Pues porque me llamo…-miró hacia el suelo y
calló.
--Venga, dime, sigue hablando.
--Porque me llamo Estrella.
Aquel nombre le supo a gloria celestial a Manolito.y respondió
alterado.
--¡Estrella, has dicho Estrella!
¡Te llamas Estrella!
--Lo ves –dijo ella tristemente- tú también te ríes de mi nombre. Los
niños se ríen de mí, porque dicen que tenga cuidado, que me voy a pinchar con
mis puntas, y me llaman estrella de mar, o estrella que me voy a estrellar…
Manolito, ensimismado con aquel encuentro, apenas escucho del porqué se
reían de ella en el colegio, y lo único que se le ocurrió decir fue:
--¡Tú eres mi estrella!
--¿Cómo que soy tuya?. –dijo ella enfadada
--Estoooo. Lo que quiero decir, es que tu nombre es precioso, que me
encanta, que tú eres una maravilla de niña y yo vendría a la Tierra de vez en cuando y
jugaríamos los dos, y que si quieres ser mi amiga para siempre, para siempre.
…
Pasaron los años. Pasaron, muchos años. Manolo y Estrella crecieron, se
hicieron adultos.
Los ángeles envejecen hasta una edad, pero nunca mueren. Estrella, un
día, dejó de latir su corazón. Manolo vino a la Tierra a por ella, porque
nunca dejaron de ser amigos, muy buenos amigos, y ahora, serían amigos mucho
más que para siempre.
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Este cuento tan lindo es un regalo para mis nietos de Guillermo El Traviezo..graciass..
2 comentarios:
Adoro los cuentos y los ángeles.
Gracias por compartirlo
Para mí, es tan bonito que me hayas publicado el cuento...
Besicos llenos de Cariño.
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