16.9.11

El Angelito Manuel

Dicen que allá, más arriba de las nubes, más arriba del color azul que vemos en el espacio, está el cielo. Y allí es donde viven los ángeles.
Cierto día, mientras los ángeles pequeños, o sea, los angelitos, jugaban al pilla-pilla, o a columpiarse en los columpios de espuma de cielo, o al escondite, apartado de todos, un angelito estaba solo y lloraba compungido, tanto, que la abuelita Celeste, que así se llamaba y que era la ángel más cariñosa del cielo (por eso se encargaba de los pequeñines) fue corriendo junto a Manuel, que así se llamaba el angelito que lloraba, para ver qué le pasaba.

--Que te pasa Manuel, ¿por qué lloras?

--¡Buaaaaaaaa! ¡Buaaaaaaa!  ¡Porque estoy solitooooooo!

--Hijo, no digas esas cosas, ¿no ves a los demás angelitos que están por aquí, jugando a un montón de juegos? ¿porqué no vas con ellos a divertirte?

--¡Buaaaaaa!, ¡porque yo no quiero jugar a esos juegos, buaaaaaa, yo quiero una estrellaaaaaaaa!
 
--Pero Manolico, ¿cómo que quieres una estrella? Eso es una locura. Las estrellas son para alumbrar el cielo y el universo, son tremendas de grandes y queman mucho.

--¡Me da igual,! ¡Yo quiero una estrella! –dijo Manuel poniendo cara de pucheros, pero enérgico.

Celeste, la abuelita ángel más cariñosa del cielo, repuso:

--Bueno, mira, vamos a hacer una cosa, cuando seas mayor comprenderás lo que te acabo de decir, y te darás cuenta y te maravillarás de todo el universo y las estrellas, los astros, los planetas, las galaxias…¡Es algo maravilloso! Mientras tanto, crece aprendiendo y haciéndote un ángel grande en sabiduría. Venga, ve a jugar con el resto de los angelitos, que pronto terminan las vacaciones y tan importante son los estudios, como jugar divertirse y pasarlo bien.

Manuel, no muy conforme, sorbiéndose los mocos y limpiándose las lágrimas, con paso tranquilito, se fue con el resto de los angelitos a jugar a la pelota.

Entre juegos y diversión, el día pasó muy rápido, y cada angelito se fue a dormir a su camita de cielo. Sí, todos se fueron, y los mayores también, porque allí, en el cielo, cuando tocaba dormir, todos se iban a dormir. Bueno, la verdad es que todos, lo que se dice todos, no se fueron. Sí, Manuel no estaba en su cama de pedacito de cielo. Manuel estaba escondido detrás de un árbol celestial, de ramas plateadas y hojas de oro. De repente, Manuel empezó a mover fuertemente sus alas y comenzó a elevarse y a elevarse y a elevarse, cuando de pronto, dio un giro hacia la izquierda y, como una bala, salió disparado del cielo surcando el universo como jamás nadie había volado de rápido, y eso, que un ángel no aprende a volar hasta los doce años, pero Manolito tenía solo ocho.

Para él todo era nuevo y fascinante y como su empeño era conseguir una estrella, se encaminó hacia una de ellas pero,  claro, como no hizo caso a la abuelita Celeste, conforme se acercaba a la estrella, empezó a sentir calor y más calor, y tuvo que girar bruscamente y apartarse de la estrella, porque casi se chamusca sus alitas.

--Es cierto lo que decía la abuelita Celeste, las estrellas son muy grandes y queman mucho –dijo desconsolado- pero digo yo, que en algún lugar habrá una estrella pequeñita, que no queme, y que pueda jugar con ella.

Avuela que te vuela, ensimismado en sus pensamientos de encontrar una pequeña estrella, empezó a atravesar nubes y nubes, y de pronto, vio una esfera grande, de color azul preciosa. Entonces recordó cuando en clase explicaron los planetas.

--¡Es la Tierra! ¡Es la Tierra!. ¡Madre mía! ¡Qué lejos me he ido de mi casa en el cielo!

A la velocidad que iba, no pudo frenar a tiempo, y cayó en un lago de aguas mansas. Todo mojado salió de allí, y mientras se sacudía el agua con las manos y aleteaba, oyó unos sollozos.

--¿Quién llora así? ¿Qué llanto más triste? –se dijo.

Poco a poco, pasito a pasito y con las orejas bien atentas, pasando entre matorrales, vio a una niña acurrucada bajo un gran árbol de hojas muy verdes y frondosas. Manolito se acercó
 
--¿Qué te pasa niña?

La niña dio un respingo asustada y soltó un grito que hasta los pajarillos de por allí se asustaron.

--¡¿Quién eres?! Preguntó con el susto en el cuerpo.

--Un ángel –respondió él muy orgulloso levantando sus dos pequeñas alas y poniéndose muy tieso.

--¡Anda ya! ¿tú un ángel? No me cuentes historias, y sobre todo, no está bien que vayas por ahí asustando a las chicas.

--¿Chicas? Pero si eres una niña. –respondió él riéndose

--¡Soy una chica mayor, tengo… tengo… quince años!

--¡Ja!, eso no te lo crees ni tú. Como mucho, tendrás…¿ocho años?

--Vaaaale, sí, tengo ocho años, ¿y qué? Aunque tenga ocho años soy muy madura. ¿y tú? ¿quién eres?

--Un ángel, ya te lo he dicho –y Manolito empezó a agitar sus alas y a elevarse despacio, muy despacio, y cuando estaba casi a la altura de la copa del árbol, dio un vuelo rápido aún más arriba y desapareció durante unos segundos, transcurridos los cuales, apareció de nuevo pero esta vez detrás de ella. Le tocó en el hombro y ella volvió a asustarse.

--¡Aaaaaaaah! Entonces, es verdad que eres un ángel

Manolito se encogió de hombros y sonrió

--Sí, ya te lo dije. Y tú, ¿porqué llorabas?

--¿Y tú qué haces aquí?

--No vale, yo he preguntado antes.

--Vale –respondió ella- Pues es que en el colegio, todos se ríen de mí.

--¿Por qué?

--Ay, hijo, qué preguntón. Pues porque me llamo…-miró hacia el suelo y calló.

--Venga, dime, sigue hablando.

--Porque me llamo Estrella.

Aquel nombre le supo a gloria celestial a Manolito.y respondió alterado.

--¡Estrella, has dicho Estrella!  ¡Te llamas Estrella!

--Lo ves –dijo ella tristemente- tú también te ríes de mi nombre. Los niños se ríen de mí, porque dicen que tenga cuidado, que me voy a pinchar con mis puntas, y me llaman estrella de mar, o estrella que me voy a estrellar…

Manolito, ensimismado con aquel encuentro, apenas escucho del porqué se reían de ella en el colegio, y lo único que se le ocurrió decir fue:

--¡Tú eres mi estrella!

--¿Cómo que soy tuya?. –dijo ella enfadada

--Estoooo. Lo que quiero decir, es que tu nombre es precioso, que me encanta, que tú eres una maravilla de niña y yo vendría a la Tierra de vez en cuando y jugaríamos los dos, y que si quieres ser mi amiga para siempre, para siempre.


Pasaron los años. Pasaron, muchos años. Manolo y Estrella crecieron, se hicieron adultos.

Los ángeles envejecen hasta una edad, pero nunca mueren. Estrella, un día, dejó de latir su corazón. Manolo vino a la Tierra a por ella, porque nunca dejaron de ser amigos, muy buenos amigos, y ahora, serían amigos mucho más que para siempre.
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Este cuento tan lindo es un regalo para mis nietos de Guillermo El Traviezo..graciass..