Había una vez un pingüino llamado Pablo. Él era muy juguetón y vivía con sus papás.
Tenía muy buenos amigos: José, Santiago y Agustín. Los cuatro eran muy unidos e inseparables compañeros de aventuras.
Un día se despertó como de costumbre y escuchó que todos los pingüinos estaban corriendo hacia el mar.
-Pablo, despertate! Eh, eh!-lo apuró su mamá.
-¿Qué pasa má?- le contestó medio dormido.
-Levantate y Anda hacia donde está papá, yo voy detrás tuyo.
-Pero decime, ¿qué está pasando?
-Una fuerte tormenta viene.
-¿Papá, adónde nos vamos?- le preguntó curioso.
-Nos vamos a la Antártida.
-Pero... allí hace mucho más frío que aquí y no tengo amigos...
-Estaremos por unos días, hasta que pase la tormenta.
-¿No será peligroso?
-Espero que no... pero no te preocupes.- lo tranquilizó su padre.
En su largo viaje de viento, neblina y frío, los pingüinos iban juntos. Pero en un momento de descuido... una gran ola separó a Pablo de su familia. Desesperado, estuvo a punto de ahogarse porque sus aletas no habían crecido lo suficiente para poder nadar. Sin rumbo, anduvo todo el resto del día deambulando... y cuando llegó la noche se refugió asustado.
Al día siguiente se despertó y con muchas esperanzas llamó a su mamá, pero no obtuvo ninguna respuesta. Gritó el nombre de su padre... pero tampoco respondió.
Estaba en una cueva oscura, perdido y sin comida. Con un poco de agua sobre él, se sacudió de inmediato y empezó a recorrer el área, y entonces se dio cuenta de que estaba completamente solo en la Antártida, muy lejos de su casa.
Pablo empezó a llorar porque extrañaba a sus vecinos, su familia y sus amigos incondicionales. Estaba muy nervioso en ese momento, pero de pronto escuchó un ruido "crick, crick"... se asustó, pero lo tranquilizó saber que al menos había alguien más en el lugar.
No sabía si era su familia o un animal que lo comería, pero al instante apareció un oso polar gigantesco que le dijo:
-No temas, mi nombre es Rodrigo, ¿y el tuyo?
-Soy Pablo.
-¿Puedo saber que haces aquí en la Antártida? Porque sino me equivoco tu forma de caminar me dice que eres de la Patagonia... y allí no hace tanto frío como aquí.
-Te cuento mi historia: mi hogar fue destruido por una fuerte tormenta y mi familia me dijo que viniéramos acá hasta que pasara el peligro.
-Ah... ahora entiendo, pero no veo a tus padres.
-En el viaje una ola nos separó y aquí estoy... solo en este lugar desconocido. ¿Vos estás con tu familia?
-Sí, estoy con mis padres, acompáñame y te muestro todo este hermoso paisaje antártico.
En su recorrido los dos se pusieron a jugar sin parar. Después de un largo rato, la mamá de Rodrigo lo llamó:
-¡Rodrigo! Vení a comer.
-Ya vamos.
-¿Cómo que "ya vamos "?
-Es que me encontré con un pingüino llamado Pablo y estamos muy entusiasmados compartiendo historias y relatos.
-Ah! ¡Fantástico! ¡Entonces vengan los dos!
Pablo y su amigo, el oso polar, fueron a comer, y Rodrigo le presentó a sus padres:
Roxana y Roberto. Después de llenarse la pancita de ricos peces se fueron a charlar, y su nuevo amigo le dijo que lo ayudaría a encontrar a su familia.
Pasaron varios días de búsqueda sin descanso, pero no encontraron nada... ningún resto de los pingüinos. Pero una tarde, mientras buscaban bajo cada amontonamiento de nieve...Rodrigo encontró un papelito que estaba dirigido a Pablo y que decía:
Tenía muy buenos amigos: José, Santiago y Agustín. Los cuatro eran muy unidos e inseparables compañeros de aventuras.
Un día se despertó como de costumbre y escuchó que todos los pingüinos estaban corriendo hacia el mar.
-Pablo, despertate! Eh, eh!-lo apuró su mamá.
-¿Qué pasa má?- le contestó medio dormido.
-Levantate y Anda hacia donde está papá, yo voy detrás tuyo.
-Pero decime, ¿qué está pasando?
-Una fuerte tormenta viene.
-¿Papá, adónde nos vamos?- le preguntó curioso.
-Nos vamos a la Antártida.
-Pero... allí hace mucho más frío que aquí y no tengo amigos...
-Estaremos por unos días, hasta que pase la tormenta.
-¿No será peligroso?
-Espero que no... pero no te preocupes.- lo tranquilizó su padre.
En su largo viaje de viento, neblina y frío, los pingüinos iban juntos. Pero en un momento de descuido... una gran ola separó a Pablo de su familia. Desesperado, estuvo a punto de ahogarse porque sus aletas no habían crecido lo suficiente para poder nadar. Sin rumbo, anduvo todo el resto del día deambulando... y cuando llegó la noche se refugió asustado.
Al día siguiente se despertó y con muchas esperanzas llamó a su mamá, pero no obtuvo ninguna respuesta. Gritó el nombre de su padre... pero tampoco respondió.
Estaba en una cueva oscura, perdido y sin comida. Con un poco de agua sobre él, se sacudió de inmediato y empezó a recorrer el área, y entonces se dio cuenta de que estaba completamente solo en la Antártida, muy lejos de su casa.
Pablo empezó a llorar porque extrañaba a sus vecinos, su familia y sus amigos incondicionales. Estaba muy nervioso en ese momento, pero de pronto escuchó un ruido "crick, crick"... se asustó, pero lo tranquilizó saber que al menos había alguien más en el lugar.
No sabía si era su familia o un animal que lo comería, pero al instante apareció un oso polar gigantesco que le dijo:
-No temas, mi nombre es Rodrigo, ¿y el tuyo?
-Soy Pablo.
-¿Puedo saber que haces aquí en la Antártida? Porque sino me equivoco tu forma de caminar me dice que eres de la Patagonia... y allí no hace tanto frío como aquí.
-Te cuento mi historia: mi hogar fue destruido por una fuerte tormenta y mi familia me dijo que viniéramos acá hasta que pasara el peligro.
-Ah... ahora entiendo, pero no veo a tus padres.
-En el viaje una ola nos separó y aquí estoy... solo en este lugar desconocido. ¿Vos estás con tu familia?
-Sí, estoy con mis padres, acompáñame y te muestro todo este hermoso paisaje antártico.
En su recorrido los dos se pusieron a jugar sin parar. Después de un largo rato, la mamá de Rodrigo lo llamó:
-¡Rodrigo! Vení a comer.
-Ya vamos.
-¿Cómo que "ya vamos "?
-Es que me encontré con un pingüino llamado Pablo y estamos muy entusiasmados compartiendo historias y relatos.
-Ah! ¡Fantástico! ¡Entonces vengan los dos!
Pablo y su amigo, el oso polar, fueron a comer, y Rodrigo le presentó a sus padres:
Roxana y Roberto. Después de llenarse la pancita de ricos peces se fueron a charlar, y su nuevo amigo le dijo que lo ayudaría a encontrar a su familia.
Pasaron varios días de búsqueda sin descanso, pero no encontraron nada... ningún resto de los pingüinos. Pero una tarde, mientras buscaban bajo cada amontonamiento de nieve...Rodrigo encontró un papelito que estaba dirigido a Pablo y que decía:
Pablo:
Ojala este mensaje llegue a tus alitas... Te escribimos esta carta para que sepas que estamos bien pero nos haces mucha falta... te extrañarnos mucho. Nos encontramos al norte de la Antártida... ven a buscarnos, te estaremos esperando, para partir de regreso hacia nuestra amada Patagonia.
Un beso y un abrazo,
Tu pueblo, tus amigos y tu familia.
El pequeño pingüinito decidió que iría a buscar a los suyos, y enseguida Rodrigo se ofreció a acompañarlo para que no viajara solo cruzando hielos que no conocía.
A la mañana siguiente se marcharon con una mochilita, preparada por Roxana, que contenía todo lo necesario para el viaje.
En un descanso, Pablo soñó los momentos felices de su vida antes de la tormenta, y esos buenos recuerdos lo motivaron para seguir adelante.
Después de una larga y peligrosa travesía de cuatro semanas, encontró a su familia. En el reencuentro, sus papás le agradecieron infinitamente a Rodrigo haber acompañado a su hijo.
Todos los pingüinos regresaron felices y unidos a la Patagonia, pero prometieron volver a la Antártida en las próximas vacaciones...
Mientras tanto, Pablo y su amigo Rodrigo intercambian mensajes y saludos en barquitos de papel que cruzan los lagos helados... y aunque muchos animalitos piensan que es una amistad tal vez un poco fuera de lo común... los dos están convencidos de que nunca dejarán de extrañarse..
FIN