13.10.07

Un regalo para los pequeños

Esta graciosa rana me recuerda a alguien jeje

Vía: Videosenlared.com

6.10.07

Juntos..pero jamás atados

Cuenta una vieja leyenda de los indios Sioux que una vez llegaron hasta la tienda del viejo brujo de la tribu, tomados de la mano, Toro Bravo, el más valiente y honorable de los jóvenes guerreros, y Nube Azul la hija del cacique y una de las más hermosas mujeres de la tribu.
- Nos amamos - empezó el joven
- Y nos vamos a casar - dijo ella
- Y nos queremos tanto que tenemos miedo. Queremos un hechizo, un conjuro, un talismán. Algo que nos garantice que podremos estar siempre juntos. Que nos asegure que estaremos uno al lado del otro hasta encontrar a Manitu el día de la muerte.
- Por favor - repitieron - hay algo que podamos hacer?
El viejo los miró y se emocionó de verlos tan jóvenes, tan enamorados, tan anhelantes esperando su palabra.
- Hay algo... - dijo el viejo después de una larga pausa - Pero no sé... es una tarea muy difícil y sacrificada.
- No importa - dijeron los dos - Lo que sea - ratificó Toro Bravo
- Bien - dijo el brujo - Nube Alta, ¿ves el monte al norte de nuestra aldea? Deberás escalarlo sola y sin más armas que una red y tus manos, y deberás cazar el halcón más hermoso y vigoroso del monte. Si lo atrapas, deberás traerlo aquí con vida el tercer día después de la luna llena. ¿Comprendiste?
La joven asintió en silencio.
- Y tú, Toro Bravo - siguió el brujo - deberás escalar la montaña del trueno; cuando llegues a la cima, encontrarás la más brava de todas las águilas y, solamente con tus manos y una red, deberás atraparla sin heridas y traerla ante mí, viva, el mismo día en que vendrá Nube Alta... salgan ahora!.
Los jóvenes se miraron con ternura y después de una fugaz sonrisa salieron a cumplir la misión encomendada, ella hacia el norte, él hacia el sur...
El día establecido, frente a la tienda del brujo, los dos jóvenes esperaban con sendas bolsas de tela que contenían las aves solicitadas.
El viejo les pidió que con mucho cuidado las sacaran de las bolsas. Los jóvenes lo hicieron y expusieron ante la aprobación del viejo las aves cazadas.
Eran verdaderamente hermosos ejemplares, sin duda lo mejor de su estirpe.
- ¿Volaban alto?- preguntó el brujo
- Sí, sin dudas. Cómo lo pediste... ¿y ahora? -preguntó el joven- ¿los mataremos y beberemos el honor de su sangre?
- No - dijo el viejo
- Los cocinaremos y comeremos el valor en su carne - propuso la joven.
- No - repitió el viejo. Harán lo que les digo: Tomen las aves y átenlas entre sí por las patas con estas tiras de cuero... Cuando las hayan anudado, suéltenlas y que vuelen libres.
El guerrero y la joven hicieron lo que se les pedía y soltaron los pájaros. El águila y el halcón intentaron levantar vuelo pero solo consiguieron revolcarse en el piso. Unos minutos después, irritadas por la incapacidad, las aves arremetieron a picotazos entre sí hasta lastimarse.
- Este es el conjuro. Jamás olviden lo que han visto. Son ustedes como un águila y un halcón; si se atan el uno al otro, aunque lo hagan por amor, no sólo vivirán arrastrándose, sino que además, tarde o temprano, empezarán a lastimarse uno al otro. Si quieren que el amor entre ustedes perdure, "vuelen juntos pero jamás atados".

3.10.07

No creo que me pase esto por beber una cerveza

De todas maneras sería muy emocionante poder pasar por unos segundos por todos esos cambios

2.10.07

De nuevo en casa

Antes de empezar a contarte esta historia déjame decirte que no se trata de una idea copiada de la película Apocalipto ni tampoco del cuento de Cortazar “La noche boca arriba”. Esta idea me surgió esta tarde cuando venía de regreso del colegio y me encontraba en una “cola” de carros tan larga que nos movíamos lentamente. Estaba sentada al frente del vehículo entre el chofer del ruta y otro pasajero y desde lo alto de la cima donde nos encontrábamos atascados pude observar el valle a mis pies y un hermoso cielo de diferentes tonalidades azules que ya iban despidiéndose del día para dejar paso a la noche.
Podía ver al fondo el insípido río que separaba hace algunos años la montaña donde yo vivía desde hace algunos años, de la meseta donde se encontraba mi ciudad y a donde me dirigía de lunes a viernes para ir a trabajar. Empecé a imaginar como en alguna época lejana ese río había tenido un caudal suficiente para arrastrar con fuerza los sedimentos en el fondo y hacer el surco que ahora se veía seco y lleno de piedras.
Mi imaginación, ayudada por el calor, el cansancio del día de trabajo y el paisaje, empezó a moverse con una velocidad que ya querrían tener los conductores en ese momento al desplazarse por la avenida. Las casas que se veían en la ladera de la montaña fueron desapareciendo poco a poco, los autos y cualquier aviso de tránsito dejo paso a una vegetación mucho mas espesa y de repente ya no me encontraba dentro del coche sino perdida en un extraño paraje.
Empecé a caminar por las laderas que subían hacia donde hace algunos minutos se encontraba mi ciudad. No podía ver sino árboles por todos lados y riachuelos que iban cayendo hasta llegar a un río mas grande que no podía reconocer como el que cada día atravesaba por medio de un puente. La tarde agonizaba y sentí miedo al no saber donde pasaría la noche ni la suerte que correría perdida en medio de ese monte cuando de pronto a lo lejos una lucecita asomaba entre las ramas de los árboles y entre el temor de dormir en esta oscuridad y el hambre me decidí a acercarme.
En un espacio algo deforestado se encontraban no más de 30 personas entre niños, adultos y ancianos reunidos alrededor de una fogata. Las madres tenían a sus hijos mas pequeños con sus cabezas entre las piernas quitando los bichos que se encontraban en su cabello para luego terminar comiéndolos. Algunos hombres escribían figuras en la arena con unas varas a manera de lápiz y se reían entre ellos de lo que se iban comunicando por medio de esos símbolos mientras otros dormían cerca del fuego adormecidos por el líquido consumido de una especie de vasija de barro.
Estaba absorta viendo aquellas imágenes que no me di cuenta de un desnivel en el terreno y antes de contar tres rodé hasta llegar casi a los pies de los asombrados moradores de ese lugar que miraban mi ropa como si fuera un animal de extraño plumaje.
Lo mas extraño de todo es que estos seres no me producían miedo alguno, mas bien era como si los conociera de alguna parte, como si en algún momento hubiéramos formado parte del mismo lugar. Ilógico o no, yo me sentía como si hubiera regresado a casa.
Al principio nuestra comunicación fue muy difícil pero a medida que pasó el tiempo conseguimos llegar a un medio básico del lenguaje, palabras como "rico", "hola" ," casa", y "buenos días". A pesar de eso era imposible mantener una comunicación fluida pero tampoco hacía mucha falta.
Me acostumbré a vivir en ese lugar muy lejano de la ciudad a la que yo habitaba, sonriendo por estos campos y caminos de tierra roja. Todos los días me despertaba al sonido de vacas y los gallos. Me levantaba sintiendo el frió del viento del Sur y a veces el calor del Norte, y sintiendo la tierra roja suave entre mis pies. Las casas donde vivía esta gente eran hechas de palos de madera y techos de paja, y en el suelo para mi comodidad habían puesto una estera tejida para que pudiera evitar sentir las piedrecillas.
Ellos me enseñaron a seleccionar las semillas que servían para cultivar, a elaborar vasijas y utensilios de barro y yo les enseñaba a sus hijos a jugar fútbol y mediante el pequeño curso de cestería que tuve pude realizar una especia de Fresbee rudimentario para distraerlos en sus tiempos libres. No quise cambiar el ritmo natural de las cosas al enseñarles a escribir antes de tiempo. No había ningún apuro en quitarles esa ingenuidad que demostraban en su modo de vida, además, la civilización llegaría tarde o temprano sin mi ayuda.
La gente con que vivía era muy generosa. No me sentía extraña entre ellos, compartían conmigo su comida, su casa, su afecto y yo me sentía que podía quedarme ahí para siempre pero tuvo que llegar ese día en que el ruido producido por el sonido de armas al dispararse hicieran que los “Caquetíos” emprendieran la marcha de ese lugar.
Yo me sentía confusa ante lo que sucedía. Las madres agarraban a sus hijos en hombros y los hombres recogían lo que podían de sus hogares para empezar el descenso por la meseta por donde había yo llegado. Los ruidos de las escopetas y arcabuces se iban haciendo mas cercanos y me ensordecían al punto de no saber para donde dirigirme. Solamente podía escuchar un nombre de los labios de algunos indígenas: “Aguirre” y en mi mente se dibujo aquel famoso tirano que junto a sus marañones azotó la región en la época de la conquista haciendo que los moradores de estas tierras emprendieran la huída hacia tierras bajas donde se encontraban los dos únicos ríos de la zona.
¡Que caos se apoderó de ese lugar! Cada vez mas cerca se escuchaba el golpe seco de los machetes afilados cortar las ramas que impedían el paso hacia el lugar donde nos encontrábamos y el galope de muchos caballos junto al fuego de las armas hacían retumbar el piso. Los indios acomodados en una larga fila empezaron la marcha hacia abajo y yo en medio de ellos me movía como autómata.
Nos movíamos entre el ruido de varias bocinas de los autos…seguíamos nuestro rumbo descendiendo por la meseta hasta el puente que atraviesa el río ahora de nuevo seco…pronto estaré de nuevo en casa.


....No te gustó el cuento Sapito?