28.9.06

Anagke



Y dijo la paloma:
-Yo soy feliz. Bajo el inmenso cielo,
en el árbol en flor, junto a la poma
llena de miel, junto al retoño suave
y húmedo por las gotas del rocío,
tengo mi hogar. Y vuelo,
con mis anhelos de ave,
del amado árbol mío
hasta el bosque lejano,
cuando al himno jocundo
del despertar de Oriente,
sale el alba desnuda, y muestra al mundo
el pudor de la luz sobre su frente.
Mi ala es blanca y sedosa,
la luz la dora y baña
y céfiro la peina.
Son mis pies como pétalos de rosa.
Yo soy la dulce reina
que arrulla a su palomo en la montaña.
En el fondo del bosque pintoresco
está el alerce en que formé mi nido;
y tengo allí, bajo el follaje fresco,
un polluelo sin par, recién nacido.
Soy la promesa alada,
el juramento vivo,
soy quien lleva el recuerdo de la amada
para el enamorado pensativo;
yo soy la mensajera
de los tristes y ardientes soñadores,
que va a revolotear diciendo amores
junto a una perfumada cabellera.
Soy el lirio del viento.
Bajo el azul del hondo firmamento
muestro de mi tesoro bello y rico
las preseas y galas:
el arrullo en el pico,
la caricia en las alas.
Yo despierto a los pájaros parleros
Y entonan sus melódicos cantares:
Me poso en los floridos limoneros
Y derramo una lluvia de azahares.
Yo soy toda inocente, toda pura.
Yo me esponjo en las ansias del deseo,
y me estremezco en la intima ternura
de un roce, de un rumor, de un aleteo.
¡Oh, inmenso azul! Yo adoro
tus celajes risueños,
y esa niebla sutil de polvo de oro
donde van los perfumes y los sueños.
Amo los velos tenues, vagarosos,
de las flotantes brumas,
donde tiendo a los aires cariñosos
el sedeño abanico de mis plumas.
¡Soy feliz! Porque es mía la floresta,
donde el misterio de los nidos se halla;
porque el alba es mi fiesta
y el amor mi ejercicio y mi batalla.
Feliz, porque de dulces ansias llena
calentar mis polluelos es mi orgullo
porque en las vírgenes selvas resuena
la música celeste de mi arrullo,
porque no hay una rosa que no me ame,
ni pájaro gentil que no me escuche,
ni garrido cantor que no me llame.

-¿Sí?- dijo entonces un gavilán infame,
y con furor se la metió en el buche.

Entonces el buen Dios, allá en su trono,
(mientras Satán para distraer su encono
aplaudía a aquel pájaro zahareño),
se puso a meditar. Arrugó el ceño,
y pensó, al recordar sus vastos planes,
y recorrer sus puntos y comas,
que cuando creó palomas
no debió haber creado gavilanes.

(Félix Rubén García Sarmiento)


16.9.06

El Pájaro Azul.

París es teatro divertido y terrible. Entre los concurrentes al café Plombier, buenos y decididos muchachos - pintores, escultores, poetas - sí, ¡todos buscando el viejo laurel verde! ninguno más querido que aquel pobre Garcín, triste casi siempre, buen bebedor de ajenjo, soñador que nunca se emborrachaba, y, como bohemio intachable, bravo improvisador.



En el cuartucho destartalado de nuestras alegres reuniones, guardaba el yeso de las paredes, entre los esbozos y rasgos de futuros Clays, versos, estrofas enteras escritas en la letra echada y gruesa de nuestro amado pájaro azul.

El pájaro azul era el pobre Garcín. ¿No sabéis por qué se llamada así? Nosotros le bautizamos con ese nombre.

Ello no fue un simple capricho. Aquel excelente muchacho tenía el vino triste. Cuando le preguntábamos por qué cuando todos reíamos como insensatos o como chicuelos, él arrugaba el ceño y miraba fijamente el cielo raso, nos respondía sonriendo con cierta amargura... -Camaradas: habéis de saber que tengo un pájaro azul en el cerebro, por consiguiente...

Sucedía también que gustaba de ir a las campiñas nuevas, al entrar la primavera. El aire del bosque hacía bien a sus pulmones, según nos decía el poeta.

De sus excursiones solía traer ramos de violetas y gruesos cuadernillos de madrigales, escritos al ruido de las hojas y bajo el ancho cielo sin nubes. Las violetas eran para Nini, su vecina, una muchacha fresca y rosada que tenía los ojos muy azules.




Los versos eran para nosotros. Nosotros los leíamos y los aplaudíamos.
Todos teníamos una alabanza para Garcín. Era un ingenuo que debía brillar. El tiempo vendría. Oh, el pájaro azul volaría muy alto. ¡Bravo! ¡bien! ¡Eh, mozo, más ajenjo!

Principios de Garcín:
De las flores, las lindas campánulas. Entre las piedras preciosas, el zafiro. De las inmensidades, el cielo y el amor: es decir, las pupilas de Nini.

Y repetía el poeta: Creo que siempre es preferible la neurosis a la imbecilidad.

A veces Garcín estaba más triste que de costumbre.

Andaba por los bulevares; veía pasar indiferente los lujosos carruajes, los elegantes, las hermosas mujeres. Frente al escaparate de un joyero sonreía; pero cuando pasaba cerca de un almacén de libros, se llegaba a las vidrieras, husmeaba, y al ver las lujosas ediciones, se declaraba decididamente envidioso, arrugaba la frente; para desahogarse volvía el rostro hacia el cielo y suspiraba. Corría al café en busca de nosotros, conmovido, exaltado, casi llorando, pedía un vaso de ajenjo y nos decía:




-Sí, dentro de la jaula de mi cerebro está preso un pájaro azul que quiere su libertad...



Hubo algunos que llegaron a creer en un descalabro de razón. Un alienista a quien se le dio noticias de lo que pasaba, calificó el caso como una monomanía especial. Sus estudios patológicos no dejaban lugar a duda.

Decididamente, el desgraciado Garcín estaba loco.

Un día recibió de su padre, un viejo provinciano de Normandía, comerciante en trapos, una carta que decía lo siguiente, poco más o menos:

"Sé tus locuras en París. Mientras permanezcas de ese modo, no tendrás de mí un solo sou. Ven a llevar los libros de mi almacén, y cuando hayas quemado, gandul, tus manuscritos de tonterías tendrás mi dinero."

Esta carta se leyó en el Café Plombier.

-¿Y te irás?

-¿No te irás?

-¿Aceptas?.

-¿Desdeñas?

¡Bravo Garcín! Rompió la carta y soltando el trapo a la vena, improvisó unas cuantas estrofas, que acababan, si mal no recuerdo:
¡Sí, seré siempre un gandul, lo cual aplaudo y celebro, mientras sea mi cerebro jaula del pájaro azul!

Desde entonces Garcín cambió de carácter. Se volvió charlador, se dio un baño de alegría, compró levita nueva, y comenzó un poema en tercetos titulados, pues es claro: El pájaro azul.

Cada noche se leía en nuestra tertulia algo nuevo de la obra. Aquello era excelente, sublime, disparatado.

Allí había un cielo muy hermoso, una campiña muy fresca, países brotados como por la magia del pincel de Corot, rostros de niños asomados entre flores; los ojos de Nini húmedos y grandes; y por añadidura, el buen Dios que envía volando, volando, sobre todo aquello, un pájaro azul que sin saber cómo ni cuando anida dentro del cerebro del poeta, en donde queda aprisionado. Cuando el pájaro canta, se hacen versos alegres y rosados. Cuando el pájaro quiere volar abre las alas y se da contra las paredes del cráneo, se alzan los ojos al cielo, se arruga la frente y se bebe ajenjo con poca agua, fumando además, por remate, un cigarrillo de papel.

He ahí el poema.

Una noche llegó Garcín riendo mucho y, sin embargo, muy triste.

La bella vecina había sido conducida al cementerio.

-¡Una noticia! ¡una noticia! Canto último de mi poema. Nini ha muerto. Viene la primavera y Nini se va. Ahorro de violetas para la campiña. Ahora falta el epílogo del poema. Los editores no se dignan siquiera leer mis versos. Vosotros muy pronto tendréis que dispersaros. Ley del tiempo. El epílogo debe titularse así: "De cómo el pájaro azul alza el vuelo al cielo azul".

¡Plena primavera! Los árboles florecidos, las nubes rosadas en el alba y pálidas por la tarde; el aire suave que mueve las hojas y hace aletear las cintas de los sombreros de paja con especial ruido! Garcín no ha ido al campo. Hele ahí, viene con traje nuevo, a nuestro amado Café Plombier, pálido, con una sonrisa triste.

-!Amigos míos, un abrazo! Abrazadme todos, así, fuerte; decidme adiós con todo el corazón, con toda el alma... El pájaro azul vuela.

Y el pobre Garcín lloró, nos estrechó, nos apretó las manos con todas sus fuerzas y se fue.

Todos dijimos: Garcín, el hijo pródigo, busca a su padre, el viejo normando. Musas, adiós; adiós, gracias. ¡Nuestro poeta se decide a medir trapos! ¡Eh! ¡Una copa por Garcín!

Pálidos, asustados, entristecidos, al día siguiente, todos los parroquianos del Café Plombier que metíamos tanta bulla en aquel cuartucho destartalado, nos hallábamos en la habitación de Garcín. Él estaba en su lecho, sobre las sábanas ensangrentadas, con el cráneo roto de un balazo. Sobre la almohada había fragmentos de masa cerebral. ¡Qué horrible!

Cuando, repuestos de la primera impresión, pudimos llorar ante el cadáver de nuestro amigo, encontramos que tenía consigo el famoso poema. En la última página había escritas estas palabras: Hoy, en plena primavera, dejó abierta la puerta de la jaula al pobre pájaro azul.




¡Ay, Garcín, cuántos llevan en el cerebro tu misma enfermedad!

Félix Rubén García Sarmiento.

11.9.06

El espejo francés


Quizá nuestros abuelos recuerden cómo en su juventud, la manera de cortejar a la novia era a base de cartas dejadas en determinados lugares, pláticas a escondidas; pero en tiempos mucho más remotos las delicadas flores y coloridos listones constituían el misterioso y simbólico idioma de la galantería y el amor. Incluso al vestir con ropajes de determinado color se anunciaba a los no profanos diferentes estados de ánimo. El negro, como ahora, indicaba tristeza y luto. El rojo encarnado, majestad y grandeza. El blanco y rosa, inocencia, castidad y virtud. El verde, esperanza y libertad. El azul, celos y el morado, viudez.
Además, el llevar ramilletes de flores o portar alguna en el ojal del saco decía más que mil palabras.
Si era un caballero quien portaba un clavel rojo en la solapa, con ello decía: "Te amo, como rendido, galante y apasionado caballero". Si llevaba la flor del girasol, pedía con ella "una mirada de cariño". El narciso indicaba: "soy tu esclavo". La acacia, elegancia, finura y compostura.
Si la dama era quien peinaba sus cabellos o cobijaba con sus manos ramilletes de "pensamientos" decía al pretendiente con ello "te adoro como a un ser del cielo". Si era de siempreviva: "siempre vivirás en mi corazón. Al llevar una corona de rosas o gardenias blancas, indicaba que "yo también te amo". Los alhelíes eran el símbolo de la belleza durable. La anémona de perseverancia. La flor de la amapola, el consuelo. La azucena, la pureza. Y la pasionaria azul, el dolor amargo y creencia religiosa.
Una de las casas situadas en la primera manzana de la calle que nacía al costado sur de la parroquia ostentaba dos laboriosos barandales llenos de emplomados que resguardaban una amplia sala, en la que una lujosa araña de bruñido cristal, de doce velas, pendía del cielo raso pintado con maestría y gusto; elegantes rinconeras soportando costosos floreros; un brillante reloj de primorosa construcción marcaba las horas. En el centro, un excelente piano de cola, con elegantes incrustaciones y sobre él, un magnífico espejo francés de dorado marco. El terso teclado era pulsado hábilmente por dos manos pequeñas y torneadas. El espejo era contínuamente espiado por dos negros ojos, grandes y rasgados, de mirada melancólica que esperaban encontrar en él algo más que el reflejo propio. Luego, ante la desesperanza, las teclas del piano eran olvidadas, mientras que con tristeza, la dueña de tales ojos extraía una pequeña carta de su seno y la leía y releía mirando constantemente al espejo.

Dos años habían transcurrido ya desde que un jueves de Corpus se encontraran en una "jamaica". Aún recordaba con agrado esa "jamaica". Se habían improvisado a ambos lados de la calle, ligeras y pintorescas tiendas de flores y enramadas, donde las señoritas despojadas de sus elegantes vestidos de seda, vestían algún gracioso traje popular, vendían dulces, tamales, aguas frescas de frutas y atoles de leche a los concurrentes. Otras se fingían agentes de policía y conducían al amigo que gustaban a una ernamada prisión, donde las carceleras les ponían grilletes de olorosas flores.
En otros puestos vendían mole, chiles rellenos, sabrosas enchiladas, mientras que algunos músicos tocaban escogidas sonatas.
El la había sorprendido con su apostura, nunca lo había visto en Jerez, hasta esa tarde de Corpus, cuando ella atendía una de las vendimias de la "jamaica" (similares a las actuales kermesses").
Después, los encuentros eran aparentemente casuales. También recordaba cuando ella acudía a los oficios religiosos escondiendo dentro de su libro de Devociones de pasta labrada y luciente concha, adornado con manecillas de oro, un lazo pequeño, blanco, azul, amarillo y tornasolado, con el que discretamente le hacía saber a su enamorado que ella le correspondía, ya que él portaba un pañuelo azul y caña, con el que le pedía que se acordara de él y no lo olvidara.
La severidad de sus padres estaba acorde a la época, por lo que muy difícil para ellos era el poder demostrarse su amor oralmente. Todos los días en la sala de su casa aprovechaba el elegante piano de cola y por medio de él pretendía externar sus sentimientos. Sobre el piano había colocado un pequeño espejo ricamente enmarcado y convenientemente orientado hacia la calle.
Así, podía contentarse con la muda comunicación que podía tener con su amado, cuando este pasaba con discreción ante los barandales de la casona.
Por breves momentos se detenía, haciendo que su imagen se reflejara ante el espejo y le devolviera la celestial mirada de un apacible rostro. Las últimas vibraciones del piano expiraban, heridas las teclas por la delicada presión de los nevados dedos que llevaban ante el espejo un ramillete de flores de color rubí, diamante, turquesa, esmeralda y coral, con lo que indicaba "te adoro y me casaré contigo y seré fiel esposa". También el enamorado mostraba al asegurarse de que su iamgen era reflejada en el espejo, un botón de rosa con espinas y hojas, contestándole: "Temo, pero espero".
Diariamente se sucedían los breves encuentros amorosos platónicos, pues únicamente se complacían en la contemplación, en la admiración mutua y en la utilización del galante lenguaje de las flores, los colores, las cintas y las melodiosas notas del piano.

La tranquilidad provinciana que permitía que día a día se sucedieran estos pequeños detalles, con los que no se pretendía burlar la autoridad paterna, sino establecer un mundo íntimo, secreto y diferente, se vió bruscamente interrumpida por causas políticas.
Zacatecas fue despojado de su riqueza, al haber presentado resistencia a las absurdas disposiciones del General Santa Anna. Feruon desmanteladas las ciudades de Fresnillo, Sombrerete, Guadalupe y Zacatecas, aparte de que se le otorgó la autonomía a Aguascalientes. Anteriormente a esto, García Salinas había pedido la cooperación de todos los zacatecanos para repeler el ataque centralista, haciendo circular un bando donde se ordenaba que todos los vecinos se presentaran a tomar las armas, so pena de ser multados o encarcelados.
Muchos fueron los jerezanos que acudieron a tratar de ayudar para que el gobernante zacatecano mantuviera la estabilidad de la entidad; entre ellos el enamorado de la joven que tocaba todos los días el piano de cola.
Con lágrimas en los ojos ella leyó la breve nota que le habían hecho llegar, en la cual él le aseguraba su pronto regreso y entre otras cosas le decía:
"...Sé dichosa, con dulzuradigo yo, cual tierno amanteque te adora;y tu piano que murmurate responde en el instante:¡Sufre y llora!Y mi voz por valle y monteirá tu nombre enalteciendo,niña hermosa;y al pasar el horizontemarcha el eco repitiendo:¡Sé dichosa!Busca entonces el consueloen la imagen que el espejono refleja,y responde a mi desveloy al dolor que te importuna:¡Sufre y vela!.

Dos años y el espejo no reflejaba la imagen querida, ella vestía siempre delicados vestidos bordados de blanco y sobre cuyo pecho resaltaba un gracioso lazo tornasolado, en espera de que llegara el ser amado y demostrarle así que "su amor va más alla del sepulcro".
Las romanzas y sonatas que se escapaban del piano y de sus manos se oían cada vez más tristes, y más tristes estaban los ojos que buscaban inútilmente en el espejo francés una imagen muchas veces soñada. Entonces buscaba el consuelo -como él lo pidiera en su carta- en la imagen no reflejada por el espejo, y sufría y velaba...
Pronto las viejas murmuradoras la empezaron a señalar entre cuchicheos, cuando ella acudía a la cercana Parroquia a orar, como "la loca del espejo".
Dicen que un día los acordes del piano semejaron por breves momentos un himno de felicidad, que se interrumpió bruscamente al desplomarse ante el blanco y negro de sus teclas el cuerpo de quien se reuniera con quien había querido entrañablemente. Tal vez al fin el espejo francés se llenó con la imagen tantas veces esperada.
En la noche de los tiempos se pierde el destino de los dueños de esa finca, misma que se conocía como "la casa de la del espejo", nombramiento que con el paso de los años se hizo extensivo a toda la calle, que aún se conoce como "la calle del Espejo"

5.9.06

El Rey Burgués.




¡Amigo! El cielo está opaco, el aire frío, el día triste. Un canto alegre... así como para distraer las brumosas y grises melancolías, helo aquí:

Había en una ciudad inmensa y brillante un rey muy poderoso, que tenía trajes caprichosos y ricos, esclavas desnudas, blancas y negras, caballos de largas crines, armas flamantísimas, galgos rápidos y monteros con cuernos de bronce, que llenaban el viento con sus fanfarrias. ¿Era un rey poeta? No, amigo mío: era un Rey Burgués.

Era muy aficionado a las artes el soberano, y favorecía con gran largueza a sus músicos, a sus hacedores de ditirambos, pintores, escultores, boticarios, barberos y maestros de esgrima.

Cuando iba a la floresta, junto al corzo o jabalí, herido y sangriento, hacía improvisar a sus profesores de retórica canciones alusivas; los criados llenaban las copas del vino de oro que hierve, y las mujeres batían palmas con movimientos rítmicos y gallardos. Era un rey sol, en su Babilonia llena de músicas, de carcajadas y de ruido de festín. Cuando se hastiaba de la ciudad bullente, iba de caza atronando el bosque con sus tropeles; y hacía salir de su nido a las aves asustadas, y el vocerío repercutía en lo más escondido de las cavernas. Los perros de patas elásticas iban rompiendo la maleza en la carrera, y los cazadores, inclinados sobre el pescuezo de los caballos, hacían ondear los mantos purpúreos y llevaban las caras encendidas y las cabelleras al viento.


El rey tenía un palacio soberbio donde había acumulado riquezas y objetos de arte maravillosos. Llegaba a él por entre grupos de lilas y extensos estanques, siendo saludado por los cisnes de cuellos blancos, antes que por los lacayos estirados. Buen gusto. Subía por una escalera llena de columnas de alabastro y de esmaragdina, que tenía a los lados leones de mármol, como los de los troncos salomónicos. Refinamiento. A más de los cisnes, tenía una vasta pajarera, como amante de la armonía, del arrullo, del trino; y cerca de ella iba a ensanchar su espíritu, leyendo novelas de M. Ohnet, o bellos libros sobre cuestiones gramaticales, o críticas hermosillescas. Eso si: defensor acérrimo de la colección académica en letras, y del modo lamido en artes; alma sublime amante de la lija y de la ortografía.

¡Japonerías! ¡Chinerías! Por lujo y nada más. Bien podría darse el placer de un salón digno del gusto de un Goncourt y de los millones de un Creso: quimeras de bronce con las fauces abiertas y las colas enroscadas, en grupos fantásticos y maravillosos; lacas de Kyoto con incrustaciones de hojas y ramas de una flora monstruosa, y animales de una fauna desconocida; mariposas de raros abanicos junto a las paredes; peces y gallos de colores; mascaras de gestos infernales y con ojos como si fuesen vivos; partesanas de hojas antiquísimas y empuñaduras con dragones devorando flores de loto; y en conchas de huevo, túnicas de seda amarilla, como tejidas con hilos de arañas, sembradas de garzas rojas, y de verdes matas de arroz; y tibores, porcelanas de muchos siglos, de aquellas en que hay guerreros tártaros con una piel que les cubre hasta los riñones, y que llevan arcos estirados y manojos de flechas.

Por lo demás, había el salón griego, lleno de mármoles: dioses, musas, ninfas, y sátiros; el salón de los tiempos galantes, con cuadros del gran Watteau y de Chardin; dos, tres, cuatro, ¡cuántos salones!

Y Mecenas se paseaba por todos, con la cara inundada por cierta majestad, el vientre feliz, y la corona en la cabeza, con un rey naipe.

Un día le llevaron una rara especie de hombre ante su trono, donde se hallaba rodeado de cortesanos, de retóricos y de maestros de equitación y de baile.

-¿Qué es eso?- pregunto.
-Señor, es un poeta.

El rey tenía cisnes en el estanque, canarios, gorriones, cenzontles en la pajarera: un poeta era algo nuevo y extraño.- Dejadle aquí.

Y el poeta:
-señor, no he comido.
Y el rey:
-Habla y comerás
Comenzó.

-Señor, ha tiempo que yo canto el verbo del porvenir. He tendido mis alas al huracán, he nacido en el tiempo de la aurora: busco la raza escogida que debe esperar, con el himno en la boca y la lira en la mano, la salida del gran sol. He abandonado la inspiración de la ciudad malsana, la alcoba llena de perfumes, la musa de carnes que llena el alma de pequeñez y el rostro de polvos de arroz. He roto el arpa adulona de las cuerdas débiles, contra las copas de Bohemia y las jarras donde espúmea el vino que embriaga sin dar fortaleza; he arrojado el manto que me hacía parecer histrión, o mujer, y he vestido de modo salvaje y espléndido: mi harapo es de púrpura. He ido a la selva donde he quedado vigoroso y ahíto de leche fecunda y licor de nueva vida; y en la ribera del mar áspero, sacudiendo la cabeza bajo la fuerte y negra tempestad, como un ángel soberbio, o como un semidiós olímpico, he ensayado el yambo dando al olvido el madrigal.

He acariciado a la gran Naturaleza, y he buscado el calor del ideal, el verso que está en el astro en el fondo del cielo, y el que está en la perla en lo profundo del Océano. ¡He querido ser pujante! Porque viene el tiempo de las grandes revoluciones, con un Mesías todo luz, todo agitación y potencia, y es preciso recibir su espíritu con el poema que sea arco triunfal, de estrofas de acero, de estrofas de oro, de estrofas de amor.

¡Señor, el arte no está en los fríos envoltorios de mármol, ni en los cuadros lamidos, ni en el excelente señor Ohnet! ¡Señor! El arte no viste pantalones, ni habla en burgués, ni pone los puntos en todas las íes. Él es augusto, tiene mantos de oro, o de llamas, o anda desnudo, y amasa la greda con fiebre, y pinta con luz, y es opulento, y da golpes de ala como las águilas, o zarpazos como los leones. Señor, entre un Apolo y un ganso, preferid el Apolo, aunque el uno sea de tierra cosida y el otro de marfil.

¡Oh, la poesía!

¡Y bien! Los ritmos se prostituyen, se cantan los lunares de las mujeres y se fabrican jarabes poéticos. Además, señor, el zapatero critica mis endecasílabos, y el señor profesor de farmacia pone puntos y comas a mi inspiración. Señor, ¡y vos lo autorizáis todo esto!... El ideal, el ideal...

El rey interrumpió:
-Ya habéis oído. ¿Qué hacer?
Y un filósofo al uso:
-Si lo permitís, señor, puede ganarse la comida con una caja de música; podemos colocarle en el jardín, cerca de los cisnes, para cuando os paseéis.

-Sí – dijo el rey; y dirigiéndose al poeta:- daréis vuelta a un manubrio. Cerraréis la boca. Haréis sonar una caja de música que toca valses, cuadrillas y galopas, como no prefiráis moriros de hambre. Pieza de música por pedazo de pan. Nada de jerigonzas, ni de ideales. Id.

Y desde aquel día pudo verse a la orilla del estanque de los cisnes, al poeta hambriento que daba vueltas al manubrio; tirirín, tirirín... ¡avergonzado a las miradas del gran sol! ¿Pasaba el rey por las cercanías? ¡Tirirín, tirirín...! ¿Había que llenar el estomago? ¡Tirirín, tirirín! Todo entre las burlas de los pájaros libres que llegaban a beber rocío en las lilas floridas; entre le zumbido de las abejas que le picaban el rostro y le llenaban los ojos de lágrimas.. lágrimas amargas que rodaban por sus mejillas y que caían a la tierra negra!

Y llegó el invierno, y el pobre sintió frío en el cuerpo y en el alma. Y su cerebro estaba como petrificado, y los grandes himnos estaban en el olvido, y el poeta de la montaña coronada de águilas, no era sino un pobre diablo que daba vueltas al manubrio: ¡tirirín!

Y cuando cayó la nieve se olvidaron de él el rey sus vasallos, a los pájaros se les abrigó, y a él se le dejó al aire glacial que le mordía la carne y le azotaba el rostro.

Y una noche en que caía de lo alto la lluvia blanca de plumillas cristalizadas, en el palacio había festín, y la luz de las arañas reía alegre sobre los mármoles, sobre el oro y sobre las túnicas de los mandarines de las viejas porcelanas. Y se aplaudían hasta la locura los brindis del señor profesor de retórica, cuajados de dáctilos, de anapestos y de pirriquios, mientras en las copas cristalinas hervía el Champaña con su burbujeo luminoso y fugaz. ¡Noche de invierno, noche de fiesta! Y el infeliz, cubierto de nieve, cerca del estanque, daba vueltas al manubrio para calentarse, tembloroso y aterido, insultado por el cierzo, bajo la blancura implacable y helada, en la noche sombría, haciendo resonar entre los árboles sin hojas la música loca de las galopas y cuadrillas; y se quedó muerto, pensando que nacería el sol del día venidero, y con él el ideal.. y en que el arte no vestiría pantalones sino manto de llamas o de oro.. Hasta que al día siguiente lo hallaron el rey sus cortesanos, al pobre diablo de poeta, como gorrión que mata el hielo, con una sonrisa amarga en los labios, y todavía con la mano en el manubrio.

¡Oh, mi amigo! el cielo está opaco, el aire frío, el día triste. Flotan brumosas y grises melancolías...

Pero ¡cuánto calienta el alma una frase, un apretón de manos a tiempo! Hasta la vista.

Félix Rubén García Sarmiento.

3.9.06

De la Flor de mi Basura..

Hace mucho tiempo, en un pequeño pueblo de sol y palmas, nació una niña de sonrisa fácil y pies ligeros. Su casa estaba pintada de risas y juegos, de playas y vestidos nuevos. Flor, que así se llamaba la niña crecía felíz, sólo sentía abrazos y besos.
El tiempo transcurría placidamente hasta que un día el oido crecido de flor comenzó a oir gritos y llantos, Flor no soportaba ese sonido así que se inventó una música de flores y comenzó a cantarla día y noche. Un día, los ojos crecidos de Flor descubrieron rincones oscuros donde no había ni besos ni abrazos, cuanto más crecía Flor más grande eran esos rincones, entonces Flor aterrorizada decidió huir, metió en una mochila su música de flores, su mejor sonrisa y el recuerdo de los mejores abrazos.
Salió de su casa, corriendo salió de su pueblo y tomando el primer camino que encontró comenzó a andar y a andar, por ese camino fué encontrando distintas cabañas, en todas y cada una de ellas llamó a su puerta y con su mejor sonrisa puesta les pregunto por sus besos y abrazos; en algunas como si fueran limosnas le dieron abrazos y besos de cartón, en otras de humo y viento...
Por el camino Flor encontró dos flores que despedían una fragancia con olor a amistad, las guardo en su mochila y siguió caminando y caminando...un día que olía a caramelo y a canela se encontró un nido con cuatro pajaritos, los metió en su mochila y prometió enseñarles a volar, el camino parecía más alegre con sus incesantes trinos. El tiempo pasaba y Flor se sentía cada vez más cansada, un día agotada decidió parar, tanto tiempo se quedó parada que pensó que los besos y abrazos no existían, que sólo eran cuentos para niños de ojos y oidos pequeños. Sacó las dos flores de su mochila y las plantó junto a una piedra, sacó el nido con los cuatro pajarillos y con sumo cuidado los colocó junto a la misma piedra, luego Flor se sentó en ella. Con el tiempo los rincones oscuros invadieron todo su alrededor y Flor se limitó a cerrar los ojos y la boca y abrió su nariz para oler la fragancia de las flores y abrió sus oidos para oir el trino de los pajarillos, aún así la oscuridad comenzó a colarse en su interior y a mancharlo todo de soledad y frío.
Aguantó un día, un año, un siglo y de pronto un día a Flor se le ocurrió llorar, se levantó de la piedra y subió a una montaña cercana, se sentó en el borde y comenzó a llorar todas las lágrimas acumuladas durante ese siglo, el eco le devolvió su llanto más fuerte y con más lágrimas, la oscuridad ante tantos gritos se asustó y la muy cobarde se alejó dos metros. Desde entonces Flor subé todos los días a la montaña y grita sus lágrimas, su dulce compañero el Eco se las devuelve vestida de flores color esperanza. A ti Eco te pregunto ¿¿ donde estan mis abrazos y besos?? gracias por recordarme la pregunta.
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